sábado, 27 de abril de 2013

26/06


26/06 
    “Bajo las matas
            en los pajonales
            sobre los puentes
            en los canales
            hay Cadáveres”

En el rio de la plata,
en la calle,
en la gran plaza,
en la casa,
hay sangre.

En las fábricas,
en las aulas de escuelas y universidades,
en los pasillos de los hospitales,
en ministerios y municipalidades,
hay sangre.

En las vías de un tren que no se detiene,
en el vuelo de huida de un pájaro de hierro,
en la estela de un barco que naufraga,
en una orilla que se desvanece, en la costanera,
hay sangre.

En lo concreto de la ausencia,
en lo que esa palabra deja,
en su divina presencia,
oficial, en sus rayas,
hay sangre.

En ese soslayo de lo que no conviene que se diga,
en el desdén de lo que no se dice que se piensa,
en lo que no se dice que se sabe,
en la boca cerrada de los que callan,
en el silencio de los que gritan,
hay sangre.

En eso que empuja,
lo que se atraganta,
en eso que se traga, 
en eso que se amputa, 
hay sangre.

En las lengüetas de las botas,
en los escritorios de los burócratas,
¡Ay! En los palos de los gendarmes,
¡Uy! En los perros de ataque,
¡Uau! En las balas de plomo y goma,
hay sangre.

¡Ay! En la cabeza,
¡Uy! En la ingle,
¡Uau! Un ardor en el pecho,
¡Ouch! Lo que brota de la herida,
es sangre.

En la diferencia entre estado y gobierno,
en la diferencia entre gobierno y pueblo,
en la provincia donde no se dice la verdad,
en los locales donde no se cuenta una mentira,
en lo que no sale de acá,
hay sangre.

En la violencia estatal,
en la libertad del capital,
en la legalidad de la justicia penal,
en su impunidad estructural,
en la defensa de la propiedad privada,
señor dueño, en su propiedad privada,
hay sangre.

En la desaparición de los cuerpos,
en la angustia de la espera interminable,
en el llanto de la falta,
hay mucha sangre.

En los platos de los que comen,
en el hambre de los que ayunan sin querer,
en las góndolas que se llenan y vacían,
en la violencia de la mentira,
hay sangre.

En la finura de las señoras de tapado y cacerola,
en el criterio político de la clase media,
en las barrigas de los transas,
en la alfombra de la sala,
hay sangre.

En los discursos de los falsos profetas,
en la memoria,
en las efemérides,
hay sangre.

En los féretros alegóricos,
en las lenguas metafóricas,
en los hábitos metonímicos,
hay sangre.

En Avellaneda, en Santa Ccruz
en Once y en Jujuy;
en Tinogasta y Andalgalá,
en Chaco y en Neuquén,
en las villas,
hay sangre.

En el Indoamericano,
en Formosa,
en Santiago del Estero,
en Rosario,
también hay sangre.

En el sabor que dejan sus nombres:
Carlos Fuentealba, Mariano Ferreyra
Rosemary Churapuña y Bernardo Salgueiro,
Sixto Gómez, Cristian Ferreyra,
Roberto López y Luciano Aurruga,
Mono, Jere y Patóm,
Julio López y Silvia Suppo;
y en las estadísticas que cuentan muertos,
hay sangre.

En el anonimato de las mujeres,
esclavas del sexo patriarcal,
en sus breteles,
en la delicadísima cutícula
de la minuciosa mano artesanal de muerte,
que ata sus cadenas,
hay sangre.

En los penes de sus opresores,
los que pagan por un polvo,
en el polvo,
en lo que succionan de sus tetas,
en el chiste de mal gusto de los derechos humanos,
hay sangre.

En el corset, la faja, la falda y los tacones,
en la complicidad voluntaria e involuntaria,
en el veneno mortuorio de los besos
del genero opresor,
hay sangre.

Y esa sangre es nuestra, es de todos,
es la sangre de nuestras luchas,
regamos todo con ella,
pero sin embargo, no morimos,
sobrevivimos,
porque sobrevivir es lo que mejor sabemos hacer.

Toda/o niña/o nace libre,
todo/a hombre/mujer que muere, muere un poco loco/a,
pero nadie que lucha muere solo.
Si tocan a uno, nos tocan a todos.